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- SAL Y AZÚCAR -

TRADICIÓN DE HAMMAM

TRADICIÓN DE HAMMAM

Hoy he pasado una tarde inolvidable, gentileza de mi primo Yuri. Él, que está en todo y siempre se acuerda de mí, los pasados Reyes me regaló un bono para ir a un "spa" urbano en mi ciudad. No me había decidido a ir, salvo ahora, cuando tengo los exámenes de septiembre a la vuelta de la esquina. Pensé que sería un buen modo para liberar tensiones y coger fuerzas, al mismo tiempo.

Pues bien, fijé la cita para hoy a las 6 de la tarde y muy puntual, me presenté. Una chica rubia muy amable tomó mis datos mientras me acompañaba a los vestuarios, donde se me hizo entrega de albornoz, toalla y unas braguitas desechables para después. Me cambié, nerviosa, mientras me invadía el olor a aceites perfumados y una cinta con música de relajación. Decido de ponerme mi bikini más cómodo y, dicho sea de paso, sexy.

Pasé para la piscina, mi primer destino: Un chico de mediana edad, entrando ya casi en la adulta; moreno y con olor a tabaco de mascar, me condujo hasta las duchas. No me importaba mojarme el pelo, ya que no lo tenía muy limpio que digamos y además me había quitado ya joyas y lentillas.

Al salir, me acompaña hasta una sala recóndita, donde me invade un "bofetón" de vapor y romero volatilizado. Es la sala de baño turco, similar a la sauna. Aguanto poco más de diez minutos, ya que sudo como un pato. Posteriormente, me acompañan hasta un grifo del que manan cubitos de hielo. Me debo de rebozar con ellos. Gran contraste pero que te deja como nuevo. Nueva, en mi caso. Turno del jacuzzi y los chorros de agua perfumados, junto con un lechito especial en la propia piscina. Comparto conversación con una pareja joven y un chico, hasta que me dicen que tengo que tomar otras duchas de contraste calor frío, que van desde los tobillos hasta el abdomen, para concluir con un buen chorro de agua helada sobre la cabeza mientras en tus pies piedras finitas te hacen coscas.

Todo ello culmina con una sentadilla en un muro de piedra y eligiendo una infusión ligeramente edulcorada entre varias a elegir, "relajante" pone en el sobre. Sala a oscuras pero con musiquilla y velas otra vez. Me avisan para el masaje. Tengo miedo de que me hagan daño y me dejen baldada. Pero no es así. Violines y piano, junto con manos expertas me masajean todo el cuerpo durante una hora, cara y cuero cabelludo incluido, con aceites esenciales de almendra dulce y rosas. Me incorporo, despacio, para no romper el encanto.

Paso a los vestuarios, donde me pongo la ropa de calle que llevaba puesta y, aún en la luna, me despido. Quién sabe si volveré... esta vez pagando, éso sí Indeciso

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