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- SAL Y AZÚCAR -

VENI, VIDI, VICI

VENI, VIDI, VICI

Hace tiempo, alguien lo dijo: "Veni. Vidi. Vici." Es decir: Llegué. Vi. Vencí. Y es que, una vez más, me tocará ponerme como esta matrioska que acompaña el post, a entonar canciones desgarradoras que serán oídas en todo el orbe. Tampoco esta vez he visto la miel y el laurel, pero he podido rozarlos con los labios.

Llegué, cansada, sin ánimos; pero con ganas de intentarlo. Era como tener un caramelo suspendido de una caña de pescar, que revolotea por tu cabeza, pero cuando intentas darle el primer mordisco, éste se escapa. Y no puedes hacer nada por volver a recuperarlo. Te dejas el cuello y la salud. Pues bien, como digo, llegué y vi el ambiente. Tanta gente para lo mismo, tanta gente que quiere lo mismo que yo. Pero yo te esperaba a ti, lo había deseado desde hacía tanto tiempo que cuando vi que se hizo realidad, no dudé en echarme hacia adelante y me arriesgué, no sin poner en peligro mi vida.

Vi, vi mucha gente en mi misma situación y ejemplo, con las mismas ganas de alcanzar ese caramelo. Pero ese caramelo, en vez de ser dulce, era amargo. Pero a la gente le daba igual el sabor. Con sólo saborearlo valía, el tener el propio caramelo era ya todo un triunfo. Y te vi a ti, sin estar suspendida en el aire por una caña de pescar, sino en todo tu esplendor. Hacía ya tanto tiempo que no te veía, que no sabía si te podría reconocer. Pero sí, nos reconocimos al instante. Y viniste, y te apropiaste de lo que fue mío, para poder ser tuyo.

Vencí, pero el caramelo me fue arrebatado en cuanto me lo quise llevar a la boca. No sé si por estar pensando en la miel y en el laurel... lo que pasó, en realidad, fue un letargo, un sedamiento que me hizo ser demasiado soñadora por unos instantes. Tuve que volver a la cruda realidad, a una realidad que jamás llegó a ser cocinada. Viniste conmigo a muchos sitios, probaste los sabores de la vida y dejé que los degustaras, que fueran tuyos sólo por un instante. Y con la misma rapidez con la que llegaste, te fuiste.

Cantaste en una última función, y, mientras bajaba el telón tras una salva de aplausos, hiciste una promesa: La de volver a ofrecerme el fruto prohibido.

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