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- SAL Y AZÚCAR -

SOMBRA AQUÍ, SOMBRA ALLÁ...

SOMBRA AQUÍ, SOMBRA ALLÁ...

Me encanta maquillarme. Lástima que tenga tan poco tiempo por las mañanas para ponerme guapa. A decir verdad, lo encuentro un verdadero ritual: Untarte con la base, corrector, aplicarte sombras -lo que más me gusta, a decir la verdad- rímel, colorete -para tener buena cara- y labial, barra, gloss o lo que se tercie. Dicen que el maquillaje existe desde tiempos inmemoriales, y visto está que en las culturas más remotas podemos ver a gente de ambos sexos embadurnada hasta los topes y por todo el cuerpo. Yo hasta lo encuentro gracioso. Se untan todo el cuerpo y tan felices. Pero creo que lo usan por motivos tribales o cosas por el estilo, o aniquilar al enemigo... en fin. Creo que me estoy yendo por los cerros de Úbeda y no hablo de lo que tenía que contar en el presente post.

Pues bien. Recuerdo que ya desde pequeña me encantaba experimentar con las sombras y las barras de labios de mamá. -como todas las niñas, me imagino- Me pintaba los labios, me cogía el colorete... y parecía un "tottis" -no sé qué significa, vaya, lo dice mi madre desde siempre, será "payasete" en una lengua extraña- auténtico... si a ello le añadimos que eran los años 80 tenía que ir a la moda de verdad. Veo fotos de la época y parece que las mujeres se han pasado mil pueblos. A veces dan hasta miedo, jejeje. Fui creciendo y parece que durante bastante tiempo pasé bastante del aspecto físico: Me volví marimacho, -ahora me da vergüënza ver hasta las fotos, qué horror- con el aparato, pelo a lo chico o a tazón, chándal, camisetas amplias, deportivas y sin pendientes... así hasta que cumplí los 15 años... descubrí otra vez el maquillaje y la feminidad... veía a las compañeras de clase que se abrían a estos mundos, a novios, a modas... y no quería ser menos.

Fui con mi madre a una perfumería a acompañarla a comprar un maquillaje, o una crema, no me acuerdo; y de ahí que me dieron una barra de labios y lo que más ansiaba: Una muestra de base de maquillaje. Al día siguiente tenía que hacerme una foto para la clase, la de la orla, y ahí que me presento toda guapa: Con ropa de hace mil años y que me queda pequeña, oliendo a una colonia matarratas de mi madre y sobre todo, con maquillaje. Los compañeros me miran y yo me siento tan halagada, ¡me he maquillado! La sorpresa es mayúscula cuando las fotos se revelan: Nunca había estado tan espantosa como ese día: Base de maquillaje sin hidratante debajo, un colorete terroso robado a mi madre por toda la cara y unos labios color rojo pimentero. Para rematar, cara de estúpida redomada. Mi madre cuando ve las fotos se parte, yo me echo a llorar. Ay, Dios...

Ahora que elijo un maquillaje para cada ocasión -aunque reconozco que pintarme los labios es un caballo de batalla para mí, porque tengo los labios muy finos, pero bueno- y con productos de calidad, buenos y nuevos; escogiendo los colores que más y mejor van con mi vestuario, rematándolo con un perfume arrollador... en fin, que ya saco mi vena frívola para ponerme ideal de la muerte... aunque tenga de recuerdo mil productos que no tire porque me da pena, recuerdos de citas o viajes, o porque el envase me guste... (ver foto) y que algún día tendré que hacer limpieza a fondo entre todos mis cachivaches de belleza...

Como tiene que ser, vaya. Burla

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